lunes, 19 de octubre de 2009


Amores clandestinos, secretos, amores reprimidos, prohibidos, amores furtivos, pasionales, amores tormentosos. Un amor clandestino es un escape constante, es incomodidad, adrenalina, tensión. Es ojos que no ven pero corazón que presiente, es un momento privado, inconfesable. ¿Quién no tuvo un amor secreto, clandestino?¿A quién no lo enciende un amor pirata? Mi amor es un amor pirata, así como un parasito que se alimenta de chocolates y de llanto y de soledad pero sin besos ni palabras ni nada. Cuando amamos, el corazón del otro es un tesoro, y cual piratas queremos arrebatar ese tesoro sin importar si tiene dueño o no. Nos atrae el amor clandestino, secreto, porque el amor cómplice se hace más fuerte, más nuestro y solo nuestro. La complicidad es un guiño, una aventura, y al amor le encanta la aventura. En el secreto cómplice hay libertad, porque escapamos de la mirada de los demás y nos permitimos ser libres, rebeldes, aventureros como los piratas. El amor secreto es mágico, cuando deja de ser secreto se vuelve real, y el amor real es un poco más complicado. El amor pirata no conoce el miedo, aborda, conquista, arrebata y roba. Y a veces paga las consecuencias. Un amor pirata es un amor que no puede ser y es por eso que nos atrae tanto.

Cuando tengo algún problema él esta para escucharme pues el siempre me aconseja y me ayuda a desahogarme.

Cuando pienso en el fracaso
me regala una esperanza
y me dice que en mis pasos
yo debo tener confianza.

El me comparte sus penas
y también las cosas buenas
que le pasan en su casa
y en la escuela.

El me hace mirar mis faltas
cuando cometo un error
y nunca me da la espalda
cuando le pido un favor.

Cuando el tiempo nos separa
los recuerdos nos consuelan
y si es grande la distancia
no importa lo que suceda
pues somos amigos
y nuestra amistad
es lo que nos mantiene unidos.

El es mi amigo sincero
y mi más fiel compañero
el que guarda mis secretos
y me sabe comprender.

El que me dice
cuenta conmigo
es mi mejor amigo.


Las chicas sin suerte siempre somos espectadoras, nunca protagonistas. Pero se espectador o protagonista depende solo de una decisión.
A las chicas sin suerte nunca nos dan un protagónico, siempre somos nosotras las que tenemos que ir, pararnos en el centro del escenario, debajo de la luz, y decir “acá estoy”.
Las chicas sin suerte vivimos lamentándonos por lo que nos tocó en suerte. Pero cuando nos revelamos, cuando agarramos el toro por las astas, algo empieza a cambiar.
Lac chicas sin suerte creemos que somos como una balsa en el mar, a la deriva. Pero podemos nadar, podemos patalear, remar… está bien, tenemos que remar mucho, sí, pero remado llegamos a donde nosotros queremos, no a donde el mar nos lleva. Ya no necesitamos la suerte, porque la suerte la hacemos nosotras.
Las chicas sin suerte nunca somos amadas. Y como no somos amadas las chicas sin suerte tenemos que hacer algo para que nos amen.
Para las chicas sin suerte ser amadas es un trabajo, un esfuerzo.
La suerte de la fea la linda la desea. Pero la fea no tiene suerte, tiene actitud, ella sabe hacer su propia suerte.
Porque es así, los que no tenemos suerte tenemos que ser prepotentes, estirar la mano y agarrar lo que la vida nos mezquina.